
Llegamos al sótano y salió del ascensor encaminándose al garaje. Giró su mano y abrió la puerta, que sujetó amablemente para que yo pasase. Ya estábamos en el garaje y vi, sorprendido, que se dirigía a un deportivo. Si, las llaves eran de un coche...
Abrió la puerta del coche y tuve la tentación de mirar cómo era por dentro por curiosidad, pero no lo hice. No quise que se sintiese como un bicho raro.
Mientras yo subía a mi coche, él arrancó el suyo y entonces, ya seguro de que no me veía, me fijé con atención y pude ver como conducía su coche con un sólo brazo. Nunca antes había visto a un manco conduciendo.
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